¡Qué dulce le es a un pobre enamorado
las iras de su dama con blandura!
Aquel “¿Estáis en vos? ¡Es gran locura!,
aquel “¡Quitaos allá desvergonzado!”.
Y el espantarse “¿cómo habéis entrado?”
y el argüir la fuerza con cordura,
el blando desmayarse y la dulzura,
el “¡Ay, qué nos oirán, qué es gran pecado!”.
La lagrimilla, el “¡Ay!”, el “Yo os prometo”,
el “¡Ay, qué me engañáis como enemigo!”.
“¡Mirad cuál me dejáis! ¡Guardad secreto!”.
No hay mal que tanto bien traiga consigo.
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