UNAS SEÑORAS QUE LE CONVIDABAN A CENAR
Oh tú, cualquiera que seas,
la que el romance me envías,
consejera de mi estado,
cuando fiscal de mi vida.
Dime ¿a qué fiestas me llamas?
o ¿a qué gustos me convidas?
¿Con qué deleites me cebas?
o ¿con qué glorias me brindas,
sino a ser todas las noches,
mira Nero que te ahitas,
fantasma de toda cena,
de todo plato estantigua?
¿Para quién puede ser fiesta
ver a una selva de ninfas
hacer rajas las quijadas,
hacer los dientes astillas?
La honestidad de mi boca
¿ha de andar con las perdidas,
que andan siempre cotorreras
cena abajo, o cena arriba?
¡Que unas bocas soberanas,
que de la aurora a la risa
dieron celos, den ahora
a tanto lebrel envidia!
Un nabo en la boca hermosa
de una dama (¡qué mancilla!),
¡que batalla naval sea
quien es la Pascua florida!
¡Que a unos labios, que con miedo
el pensamiento los mira,
cualquier chorizo los besa,
los goza cualquier morcilla!
Siempre bordando meriendas
y pespuntando comidas,
juro a Dios que han enseñado
linda labor a las niñas.
Las damas, que yo buscare,
un estómago de pita
han de tener sólo, y sólo
han de hartarse de sí mismas.
Altas cosas apetezcan,
merienden cosas pulidas,
cuidados en escabeche
o suspiros en almíbar.
Una pena confitada,
en agraz una caricia,
un dolor relleno de almas,
una fe de amor podrida.
Son platos de gran sustancia,
son regalos de alta guisa,
que en los banquetes de amor
aun es dulce una desdicha.
No he de entrar en esta junta
si Júpiter no se inclina
a transformarse en gigote,
en pastel o albondiguillas.
Yo no puedo en estas damas
entrar, sin ser golosina,
y sea por el gaznate
si no puedo por la vista.
Que es ver a un palmo de flores
y a un jeme de maravillas
caberle en tantico cuerpo
¡todo un gigante Golías!
Que mientras yo engullo penas,
y mientras masco mohinas,
está mi mesa comiendo
perniles de Algarrovillas.
Jesús, qué ha de parecer
andar mi secretaría
saltando de cena en cena,
¡ojalá de linda en linda!
¿Por ventura caminaron
por esta senda baldía
los mesurados Contreras,
los tenebrosos Lirizas?
Tenga vergüenza en mal hora,
que esas gloriosas boquillas
cansadas de ser celestes
ya se han vuelto celestinas.
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