QUINTILLAS DE CIEGO CONTRA
MONJAS
Un ciego soy desgraciado,
monjas, que de vuestro fuego
he salido acuchillado.
Quiero, pues he cegado,
pegaros palo de ciego.
Mostrar quiero un desengaño
al mundo, por cosa rara,
de vuestro vivir extraño,
que le compré por mi daño
por los ojos de la cara.
Y, así, todo el mundo advierta
que este linaje garduño,
aunque al que está más alerta,
le dan una mano abierta
y se la pegan de puño.
Y hasta que yo, por mi mal,
experimenté su trato,
no alcancé con mi caudal
que aquesta gente infernal
es carne de garabato.
Muchas del amor heridas
viven con pasión postrada,
pero será bien que midas
que no importa hallar salida,
si imposible es la entrada.
La que muestra más amor
suele ser la más huraña,
porque esta gente, en rigor,
cuando nos hace un favor,
es cuando más nos araña.
Afán parece pesado
el que de amarlas se encarga,
y es lo peor el cuidado,
aunque se sienta cansado,
no ha de echarse con la carga.
Hay monja que gustar suele
de ver al que se desvela
penar y de él no se duele;
pero, si doblas, le huele,
le quiere que se las pela.
Triunfando de oros, cualquiera
gana. Y no fuera tan malo,
si ya que un hombre perdiera,
salir de bastos pudiera
y las baldara de un palo.
Y si las suelen querer
a muchas de estas garduñas,
porque en su buen parecer
soles son; bien pueden ser,
pero lo serán con uñas.
Fuera de aquesto, iguale
la monja más singular
al sol; el sol nada vale
si aún en invierno no sale
donde le puedan tomar.
Nadie con ellas se enrede
y estén todos avisados,
que el que aquí ganar más puede,
y sin que blanca le quede,
saldrá con muchos cornados.
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