UNA NOCHE, LE SUCEDIÓ LEVANTARSE DESALUMBRADO AL SERVICIO, Y SENTARSE EN UN BRASERO, QUE TENÍA EN EL APOSENTO, PORQUE ERA INVIERNO, DONDE SE CHAMUSCÓ. CALLOLO, HASTA QUE AQUEJADO DEL DOLOR, FUE NECESARIO DECIRLO, Y EL CONCEJO DEL LUGAR, PARA CURARLE, LE ENVIÓ UNGÜENTO BLANCO
En Fuenmayor, esa villa,
grandes alaridos dan,
a fuego tocan aprisa,
que se quema el arrabal.
Quémase un postigo viejo,
adonde está el albañar
que purga las inmundicias
del desdichado lugar.
Imagínase por cierto
que era fuego de alquitrán,
pues pudo prender tan presto
habiendo tanta humedad.
Quémanse unos entresuelos
y abrásase un palomar,
que provee de palominos
a toda la vecindad.
Crece el viento, y el ruido
de los tronidos es tal,
que parece cuando el Draque
fue a batir a Portugal.
A este punto en muchas partes
hubo incendio general,
abrasóse en Salamanca
la calle del Rabanal.
Un pasajero a Ravena
puso fuego artificial,
y quemó a Fuenterrabía
por la parte de la mar.
¡Y vos, Nero, de Tarpeya
tan gran estrago miráis!
¿Veis arder el Culiseo
y no os movéis a piedad?
Este epitafio que he dicho
diz que topó un sacristán,
sobre un sepulcro de bronce
en figura circular.
Y aunque muchos le interpretan
a la letra como está,
yo sospecho que esta villa
es cierta Paternidad
que, a ser por el Rey del cielo
lo que fue por el de acá,
pudiera ser aprendiz
del Mártir del Escurial.
Si a Mucio Scévola en Roma,
que puso el brazo a quemar,
tanto la fama celebra
porque libró su ciudad,
¿cuánta más gloria merece
este otro gran rabadán,
yendo en busca del servicio
de la sacra majestad?
De esta materia de fuego
otros mil ejemplos hay,
mas ninguno tan solemne,
ni tan en particular.
Entró a Concejo y sentóse,
pero no se alabarán
que les salió muy barato
el modo del asentar.
Que, según dijo el alcalde,
gastaron gran cantidad
sobre el negro del asiento
del comisario real.
Pero al fin descubrieron
ser persona principal,
hombre de sangre en el ojo,
que le viene muy de atrás.
Concertóse un alboroque,
y el Padre, por bien de paz,
para darles culación
puso culantro a tostar.
Dioles cola en carbonada,
mas Judas la echara sal,
trinchárala Belzebú,
comiérala Satanás.
Trazaron entre otros juegos,
un baile de gran solaz,
al son del rabel del Padre,
que hubo en él bien que mirar.
Sintióse indispuesto y nadie
le entiende la enfermedad,
sospechan que es mal de ojo,
por ser hermoso de faz.
Y en tanto que le sahúman
trataron de especular,
¿este del ojo perverso
en el pueblo, quién será?
Y calculándolos todos,
ninguno pueden hallar,
si no es el ojo del cura,
en quien quepa tanto mal.
Mil maldiciones le arrojan,
y en manos de la Hermandad
quisieran en Peralvillo
verle amarrado a un pilar.
Dan posada al reverendo
en casa de un secular,
buen aposento, abrigado,
buena cama, otro que tal.
También le dejaron lumbre,
sin tener necesidad;
mas después fue necesaria
según me escriben de allá.
Fue la lumbre de sus ojos
(del uno digo no más),
aunque la culpa del uno
con dos se puede llorar.
Si el quemarse las pestañas
arguye dificultad,
quien se quema un ojo entero
¿qué empresa no acabará?
¡Oh lumbre!, tú que tocaste
la parte septentrional,
aunque estés mil veces muerta
en la fama vivirás.
Con mis versos te vinculo,
si te puedo vincular,
in secula seculorum,
que es para siempre jamás.
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