Amor, ¡cuerpo de Dios con quien os hizo!
¿En qué ley halláis vos que esté obligado
andar, contin[u]amente aperreado
tras vos, rapaz bellaco, antojadizo?
¿Es porque dais por pago un romadizo,
un andar siempre flaco y desvelado,
un estar cada noche enrodelado,
sufriendo el viento, el agua y el granizo?
Hideputa, traidor, ¡quién se estuviese
toda la vida en este desatino,
muriendo por sufrir vuestros extremos!
Si de vos no se saca otro interese,
cagaos en vuestras flechas de oro fino,
que en fin acá sin vos vivir sabremos.
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