A una señora que le envió una cana
Dar cana a quien tantas tiene,
y cuidado a quien le sobra,
es cosa que no conviene;
cierto, fuera mejor obra
decirnos de dónde viene.
Si es de pelo o repelada,
es corta para cabello;
si es pública o encelada,
dura y gruesa para vello…
¿Quién nos dirá su morada?
No fuera malo mirar
que dais, señora, una cana
a quien las suyas dejar
quisiera de mejor gana
que las ajenas tomar.
De parte puede ser ella
que, si confesallo osase,
el gusto sólo de vella,
o de ayudar a cogella,
todas mis canas quitase.
Señora, si es esa cana
vuestra, por nueva manera
en vos fruta tan temprana
(siendo moza tan lozana)
debe de ser de la Vera.
Mas nacer en tal frescura
tan vieja y tan triste planta,
tomándola, con cordura,
mucho a todos nos espanta
tal milagro de natura.
En la cabeza, a mi ver,
tener una moza cana
es cosa de no creer
que de muy caliente ser
venga la fruta temprana.
Y no acabo de entender
que este pelo que me distes
en vos pudiese nacer,
sino que vos me le distes
para me desvanecer.
He pensado si salió
del almohada y llevado,
acaso, fue aposentado
de donde al salir sintió
algún dolor el cuitado.
Sólo una cosa enviastes,
mas muchas nos habéis dado
en pensar si la hallastes
o, por ventura, sacastes
de cierto lugar vedado.
De ser el lugar extraño
yo lo aseguro y lo fío,
porque en el grueso tamaño
se ve que nació en buen año
y en tierra de regadío.
Quién pudiese adivinar
dónde está cana ha salido,
por irse a desenfadar
a tan vicioso lugar
que tan presto ha florecido?
Si con vela fue hallada
esta cana que me distes,
estaba muy señalada,
pues con poca luz la vistes
en tan escura morada.
Si al sol se vino a hallar,
no fue muy gran cosa vella,
porque él se quiso bajar,
do nunca suele llegar,
a ver la posada della.
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